Teletrabajo: ¿la revolución de la conciliación?
Así, sin previo aviso, sin tiempo para el rodaje, la mayor parte de personas que no desarrollamos trabajos manuales o que impliquen obligatoriamente presencialidad, nos encontramos ahora en nuestras casas trabajando a través de herramientas virtuales.
Hace años que quienes nos dedicamos a reflexionar sobre los usos del tiempo y sobre formas de organizar el trabajo más compatible con la vida venimos insistiendo en la necesidad de pensar en el teletrabajo como una fórmula de trabajo viable, eficiente y, posiblemente, más facilitadora de la conciliación de la vida personal, familiar y laboral.
Sin embargo, muchas son las barreras que esta fórmula ha ido encontrando: una cultura de presencialidad fuertemente arraigada, dificultades técnicas e inversión requerida, falta de experiencia en el trabajo asincrónico o una cultura de gestión basada en el control y la supervisión más que en la confianza y en la valoración del desempeño, son algunas de ellas.
Todo ello para encontrarnos, en el momento actual, de forma absolutamente sobrevenida, sin planificación posible, de un día para otro, con que un ser microscópico nos manda para casa, implantando a golpe de decreto el trabajo virtual. ¡Resulta que era posible! ¡Menuda sorpresa! ¡Tanto tiempo resistiéndonos al cambio para esto!
En realidad, nada nuevo: a lo largo de la historia son muchos los ejemplos en los que un hecho inesperado, aparentemente intrascendente, deviene catalizador de cambios que de otro modo se hubieran dado de forma mucho más paulatina.
Entonces, ¿COVID-19 ha venido a facilitarnos la entrada al mundo del trabajo virtual? Puede ser, veremos qué queda de esto cuando amaine la tormenta y podamos empezar a asomar la cabeza.
Sin embargo, ¿mantienen teletrabajo y conciliación una relación causa-efecto perfecta?
John Doe
Es evidente que la respuesta es no: el ejemplo más claro es el de todas aquellas personas que deben compatibilizar el trabajo telemático con el cuidado de otras personas, especialmente de niños y niñas que permanecen en casa, en el mejor de los casos, jugando y, en cualquier caso, requiriendo de atención y dedicación en el mismo horario en el que se supone que debemos estar rindiendo laboralmente.
Otra vez, nada nuevo sobre el firmamento. ¿Cuántas veces el teletrabajo ha sido una forma encubierta de compensar la reducción de jornada por cuidado de personas dependientes? ¿Cuántas trabajadoras han dedicado horas no remuneradas a trabajar desde casa para, así, recuperar sus horas de ausencia en la oficina? ¿Cuántas mujeres teletrabajan a la vez que aprovechaban para tender una lavadora, bajar un segundo al supermercado o poner a cocer unos garbanzos?
Son diversos los estudios que apuntan al diferente uso que mujeres y hombres hacen de la herramienta del teletrabajo, fruto de los distintos roles de género en la asunción de responsabilidades domésticas y de atención a las personas.
Así, el teletrabajo, como cualquier herramienta no es más que eso: un instrumento al servicio de una determinada organización del trabajo fruto de una determinada cultura del tiempo, de una determinada cultura laboral, de una determinada cultura de la gestión de equipos y, por supuesto, de una determinada cultura de género.
Esperar que una herramienta solucione la cuestión de la conciliación, sin remover los cimientos de una cultura sexista y productivista en la que los cuidados, el amor y el desarrollo personal son considerados una cuestión colateral en la estructuración social y del trabajo, contribuirá, inevitablemente, a profundizar en la brecha de género.
Desengañémonos, las vídeo-conferencias, si no se acompañan de cambios profundos, no nos acercan, al contrario, sólo nos traen desconexión y estrés. La clave, ya lo sabíamos, está en reorganizar el trabajo y la sociedad poniendo en el centro la vida. Tan sencillo y tan complejo.